A veces creo que nos hacemos mayores para un mundo que camina muy deprisa y que apenas tiene tiempo para pararse a reflexionar sobre nuestras acciones, decisiones y objetivos. Por eso, hablar primero de “acciones” es primordial frente a decisiones y objetivos, ya que definen nuestros impulsos diarios, conocidos coloquialmente como costumbres; aquellas que marcan nuestro ritmo de vida.
Un claro ejemplo es el reciclaje. Si reciclamos, es porque tenemos la costumbre, pero cuando desconocemos su significado nos lleva a no cuestionarnos el efecto devastador de dejar nuestra bolsa de basura fuera del contenedor correspondiente. ¿Quién se plantea volver a meter en casa esa bolsa llena de residuos pestilentes?
Existe la costumbre, y también la decisión, de no volver a casa con la misma bolsa repleta de basura. Y es que, está la creencia de que cuando la bolsa de basura abandona el hogar, deja de ser nuestra responsabilidad. Muchos lectores plenamente concienciados con el reciclaje no se sentirán identificados con este comportamiento, pero probablemente sean parte del colectivo que cada día ve impasible bolsas de basura acumuladas fuera de los contenedores. Y es ahí donde surge la pregunta: ¿Nos hacemos cargo del problema o simplemente lo criticamos?
Creer que tenemos una responsabilidad como sociedad sobre cada envase o residuo que encontramos tirado en la calle no debería ser tan extraño, pero el mero pensamiento nos causa rechazo e indiferencia. ¿Es así como creemos que vamos a transformar la sociedad?
Sin objetivos claros como sociedad, es complicado que los residuos dejen de viajar por medio mundo, etiquetados como malos y contaminantes, cuando la realidad es que son nuestras malas acciones las que permiten que esos materiales contaminen y dañen el medio ambiente. No hay materiales malvados por sí mismos, ya que están libres de conciencia, al igual que creemos nosotros cuando los calificamos sin asumir nuestra responsabilidad.
Hay mil razones para pensar que la sostenibilidad, la economía circular o los ODS son términos atractivos, valientes y con futuro, pero si no somos capaces de hacerlos parte de nuestra vida cotidiana, difícilmente los haremos posibles. Algunas personas optan por legislar cada acción de forma desmesurada con la intención de hacer realidad estos objetivos, pero olvidamos que hablamos de legislar para personas. Trabajamos para mejorar nuestra sociedad, y reprimiéndola o castigándola no debería de ser la forma. No hacemos un trabajo serio por construir una sociedad humana consciente de su realidad y sus acciones, donde podamos compartir objetivos y construir juntos. ¿Por qué no invertimos nuestros esfuerzos en dotar a las personas de un pensamiento crítico?
La responsabilidad del consumidor es básica para una economía circular y, por tanto, debemos trabajar en un nuevo sistema educativo que no solo dote de conocimientos a las futuras generaciones, sino que les ayude a descubrir sus pasiones a través de nuestros retos. Uno de ellos es la economía circular, donde hay tantísimo trabajo por hacer, y no importa a lo que dediquemos nuestra vida porque todos somos fundamentales: Abogados, economistas, politólogos, periodistas, jubilados, carteros, cocineros… y hasta ingenieros.
El máster en ingeniería circular abre una puerta al conocimiento, donde los ingenieros aprenden que no hay principio y fin, sino un ciclo transformador donde todo lo que entra vive en plena armonía. Donde ingenieros que ya de por sí son capaces de diseñar, idear y transformar, descubren que pueden hacerlo de forma eficiente, limpia e innovadora. Hoy, se abre un nuevo marco regulatorio en el que la industria busca incansablemente ingenieros con perspectiva circular; aquellos que conocen los límites legislativos, pero que quieren emprender el nuevo futuro con la imaginación y las ganas de quienes desean comerse el mundo.
Alberto García-Peñas
Director del Máster en Ingeniería Circular
Universidad Carlos III de Madrid